lunes, 24 de marzo de 2014

Iván Carvajal

El poeta Javier Ponce Cevallos –actual ministro de agricultura– describe el 28 de diciembre de 1997, en Diario Hoy, a "Inventando a Lennon", de Iván Carvajal, la "belleza única" en sus versos. El hermetismo, la narrativa fragmentaria, la teatralización del mundo "sobre un espejo sin fondo", lo que a veces parece indescifrable motiva al lector a interpretar, a encontrar las conexiones entre las palabras.
El aire, el perfume, el barro, están presentes en los poemas como el soplo poético que yace en sus fauces, con un amalgamado conjunto de imágenes dislocadas. Su ánimo de desentrañar el homicidio de Jhon Lennon lo lleva a cuestionarse sobre lo efímero del ser: "… Yesca el espíritu,/ ¿y el cuerpo, algo más que estopa?", un último estertor: "¿Quién pone sus labios tan cerca de mi rostro y/ murmura una canción de cuna?".
Carvajal busca desentrañar lo fatídico a través de la poesía: "¡Ah, la poesía y el crimen, disputándose a/ dentelladas la vibrante cuerda de la existencia!".


LO SECRETO
¿Y cuánto se ha dejado caer
entre las lozas y los tiestos?

Secreto te destinan los dioses parcos.

Pan de azafrán,
prestas aguas de aljibe,
la gracia entre los dientes

Cifras, registros, resguardos.
¿Quién sino aquel que busca su riesgo en el oráculo,
en el balbucean gemido y entre grietas,
puede agacharse tan abajo, detrás del matorral,
por una llave perdida, una moneda?

POR LA CAÑA AÚLLA EL VIENTO
¿Hubo otro universo así, tan a la mano? Un universo 
coagulado en un trozo de pan, en el tibio
mordisco dado en la fruta.

Aguas en remolino golpean las cuerdas.
Golpean con su señal sobre la madera vibrante
el huracán, la desdicha, el furor. Golpean las
otras brisas que llegan de muy adentro. Desde
las praderas y el páramo.

Traen sus ruidos la catarata, el desplome de los
troncos trabados en el dique de los castores, el
hermoso aullido de las salvajes bestias. Festín,
fortaleza, celo, dentellada, degüello. Dichoso
es el grito de la hembra en el lince, penetrada.
Inútil, fatídico el chillido del ratón entre las garras
del búho.

La noche: aroma de hierba, de cebo, de lecho.

Por la caña aúlla el viento. Golpea la lluvia sobre el
polvo. Golpean los dedos sobre la piel del timbal.
Bebo hasta la embriaguez este aire, esta miel.
Este cáliz.

NUDOS
Tomé cuanto estuvo a mano.
Ni temor ni temblor.

Al cabo de la empresa
puedo exclamar, maravillado:
corto los nudos gordianos,
no los desato.
Y el nudo se rehace.

¿De qué otra manera podría detener
este enloquecido remolino en que todo se mezcla?
Hay huecos negros, blancos, demasiado blancos.

Y aquí salto,
desde una silla,
Desde un balcón,
desde la cresta de la roca al filo de los Andes.

Tal vez reaparezca en un punto distante,
como si Gulliver, perseguido por sus enanos,
danzara en los espacios de una cinta de Moebius.

¿Dónde vuelve a resonar la música de la sílaba?
¿Dónde tintinea la campana? El arco tenso,

¿en qué recodo vibra?...

(De Inventando a Lennon, 1997)