sábado, 15 de noviembre de 2014

No nací en Ayotzinapa pero me duelen sus 43 estudiantes normalistas

No nací en Ayotzinapa pero me duelen sus 43 estudiantes normalistas. Leí que fueron quemados en una pira, luego de ser abatidos por la policía y mutilados por Guerreros Unidos. Entre ellos, Everardo, Jorge Luis, Marco… Pero no los desaparecieron; sus cenizas ya volaron y están por todos lados. En 15 horas no se quema un sueño, una tierra no delimita el dolor ajeno, este grito ahora es un lugar común. Una sola voz se propaga, desde las gargantas de Leonel, de Julio César, de Miguel Ángel, de Joshvani.
No conocí a Abelardo, a Christian Tomas, a Saúl o a Jorge Antonio, y sin embargo mi sangre desemboca en ese río de calabacitas –en Náhualt– donde caminaban a diario. Me duele el dolor de Abel, de Felipe, de Jonas, de Jorge Álvarez al ser desollados. Jorge Aníbal estaba como muerto, al igual que Carlos, entre todos los cuerpos que ahora cobijan una sola sangre. Emiliano es nuestro muerto. Adán es nuestro muerto. Cutberto es nuestro muerto. Luis también es nuestro muerto.
No soy un normalista, como lo era Antonio, Giovanni, o Jesús, pero soñamos igual. Somos un atisbo en el viento, una flor remojada en agua bendita, una piedra rompiéndose en un peñasco. Y aquí está mi garganta para arrojar una súplica de justicia. Julio, no te olvidamos. Martín, no te olvidamos. Magdaleno, Marcial no te olvidamos.
Jamás subí a un bus con José Luis, o con Mauricio, pero los siento cercanos, en una llaga sin relojes, en el mismo llanto, en las mismas cuencas desabitadas de sus ojos. José Ángel, Miguel, Israel Caballero, aquí están mis ojos para llorar su dolor, que ahora es la patria de todos nosotros.
Los mafiosos están enquistados en esa rancia política. Dicen que son más de 150 mil, desde el 2006, las víctimas del narcotráfico. Israel Jacinto fue uno de ellos, también Benjamín y José.
Nunca estudié en la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Dorian, de César, de Christian Alfonso pero desde esta silla me imagino en sus pupitres y la angustia es de todos. Lloramos la muerte de Carlos, de Luis Ángel y de Alexander también. La fosa común se llama olvido, y no los olvidamos. Los lloramos todos los días. Exigimos una política pública mexicana alejada de los grupos narcotraficantes. Demandamos una política de reducción de daños de drogas, que cause menos dolor que el que causa la caduca política antidrogas. No nacimos en Ayotzinapa, pero cada estudiante nos duele como si fuera nuestro.