martes, 12 de marzo de 2013

Rabindranath Tagore

Tagore nació Calcuta, India, en 1861. Inmerso en una familia de artistas, se desempeñó como filósofo, poeta, dramaturgo, novelista y músico. Fue el primer no-europeo en recibir el Premio Nobel, en 1913. Dejó un legado de aproximadamente un centenar de libros donde constan ensayos, cuentos, historias, poemas y cartas.


Este poeta bengalí muestra toda su espiritualidad que se entremezcla con lo cotidiano, creando un mundo donde el lirismo indio renace para el mundo occidental. La naturaleza está siempre presente en Entrevisiones de Bengala, debido a que en sus viajes escribe su filosofía poética en forma de cartas. Comparto algunas, que se encuentran ordenadas cronológicamente.

Shelidah
2 de Kartik (Octubre) de 1891

Cuando vengo al campo, dejo de ver al hombre como separado de lo demás. Así como el río correo por muchos climas, de igual forma la corriente de los hombres sigue parloteando, dando vueltas por bosques, aldeas y pueblos. No es un contraste real el de que los hombres pueden ir y pueden volver, pero yo sigo adelante para siempre. La humanidad, con todas sus corrientes y confluencias, grandes y pequeñas, fluye adelante y adelante, como lo hace el río, desde su fuente del nacer hasta su muerte; dos misterios oscuros en cada extremo y, entre los dos, juego, trabajo e incesante charla.

Allá los labradores cantan en los campos; aquí los barcos de pesca pasan flotando. El día va siguiendo su ruta y el calor del sol aumenta. Algunos bañistas están todavía en el río; otros han terminado y se encaminan hacia sus casas, con sus vasijas llenas de agua. Así, pasando ambas orillas del río, centenares de años han susurrado su camino, mientras el refrán se levanta como en un melancólico coro: ¡Yo sigo para siempre!

En el silencio del mediodía, se escucha a algún vaquero joven que llama con fuerte voz a su compañero; alguna barca chapotea hacia la orilla; las olas lamen el cántaro vacío que alguna aldeana deja descansar en el agua antes de hundirlo en ella; y con todos estos rumores se mezclan otros varios sonidos menos definidos: el gorjeo de los pájaros, el zumbar de las abejas, el plañidero chirriar de la casa, el barco que se mece suavemente de costado a costado; el todo universal componiendo la más tierna canción de cuna, como una madre que intentara calmar a un niño doliente. «No te desasosiegues», canta al acariciar tranquilizadoramente su frente febril. «No te apures, no llores más. Deja tus esfuerzos y tus rapacidades y tus luchas; olvida un poco y duerme un rato»

Bolpur
2 de Mayo de 1892

Hay muchas paradojas en el mundo y una de ellas es que dondequiera que el paisaje es inmenso, el cielo ilimitado, las nubes íntimamente densas, los sentimientos insondables –es decir en el infinito se manifiesta–, el compañero apropiado de toda esta grandeza es una persona sola. Una multitud allí parece trivial y distrayente.

Un individuo y el infierno están en planos iguales, dignos de mirarse uno a otro, cada uno desde su propio trono. Pero donde están muchos hombres ¡qué pequeños se hacen la humanidad y el infinito! ¡Cuánto tienen que quitarse los golpes a fin de encajar uno en otro! Cada alma necesita tanto lugar para explayarse que en una muchedumbre tiene que esperar espacios por entre los cuales sacar un poco la cabeza estirada de cada rato.

Así que el único resultado de nuestro ensayo de reunirnos es que nos hacemos incapaces de llenar nuestras manos unidas, nuestros brazos tendidos, con esta infinita e insondable extensión de la armonía del mundo.

Shelidah
31 de Jastha (Junio) de 1892

Detesto estas formalidades cumplimentares. Hoy día repito frecuentemente esta exclamación: «¡Mucho mejor quisiera ser un Beduino Árabe!» Una hermosa, saludable, fuerte y libre barbarie.

Siento que no quiero abandonar este constante envejecer, de pensamiento y cuerpo, con incensaste argumento y precisión, abandonar las cosas antiguas que decaen y sentir la alegría de una vida libre y vigorosa; tener –sean buenas o malas– ideas  aspiraciones amplias, sin vacilaciones, sin cadenas, libres de la eterna fricción entre la costumbre y el sentido y el deseo, el deseo y la acción.

¡Si yo solo pudiera libertar del todo, y sin límites, esta limitada vida mía; atacaría los cuatro puntos cardinales y levantaría ola tras ola de tumulto en todo alrededor; me iría corriendo, loco, como un caballo desbocado, por la alegría misma de mi propia velocidad! Pero soy bengalí, no beduino. Sigo sentado en mi rincón y me ensimismo y me preocupo y discuto. Vuelvo mi pensamiento hacia arriba primero por este lado, luego por el otro –como se fríe un pescado– y el aceite hirviendo levanta ampollas por los dos lados de mi alma.

Pase. Puesto que no puedo ser loco del todo, es justo que haga un esfuerzo para ser del todo cuerdo. ¿Por qué fomentar una pelea entre mis dos mitades?

Shelidah
9 de Agosto de 1894

Hoy vi un pájaro muerte que bajaba flotando en la corriente. La historia de su muerte es fácil de adivinar. Tuvo su nido en alg´¨n mango de las inmediaciones de la aldea. Volvió a casa al anochecer, cobijándose en el nido entre otros compañeros de suaves plumas, y descansando en el sueño reconfortante su leve cuerpecillo cansado. De repente, en la oscuridad de la noche, el poderoso Padma se revolcó ligeramente en su cama y la tierra que sustentaba y protegía las raíces del mango fue socabada, El pequeño ser, robado de su nido, despertó por un momento antes de volver a dormirse para siempre.

Cuando estoy en la presencia del terrible misterio de la Naturaleza, la diferencia entre mis persona y los demás seres vivos parece trivial. En las poblaciones, la sociedad humana ocupa un puesto preeminente y se nos presenta grande e importante; es cruelmente dura para la felicidad y la desgracia de otros seres menores cuando se comparan con la nuestra.

En Europa también el hombre es tan complejo y tan dominante que el animal es, casi siempre, solamente un animal para él. Para los indios la idea de la transmigración del alma del animal al hombre, y del hombre al animal, no parece extraña y por esto de nuestra escritura no ha sido desterrada, como un sentimiento exagerado, la piedad para todos los seres.

Cuando estoy en el campo, en íntimo contacto con la Naturaleza, el indio que hay en mí se yergue con más fuerza y no puedo permanecer fríamente ajeno a la abundante alegría de vida que late dentro del pecho cubierto de plumón de un solo pajarillo.

Shazadpur
5 de Setiembre de 1894

Me doy cuenta de lo hambriento que estoy de tiempo y de espacio y me sacio de ellos en estas habitaciones en donde reino, como único monarca, con todas las ventanas y puertas de par en par. Aquí el deseo y la facultad de escribir son míos como no lo son en otra parte alguna. Aquí el deseo y la facultad de escribir son míos como no lo son en otra parte alguna. El movimiento de la vida exterior me entra en las olas de verdor y, con su luz, perfume y sonido, estimulan mi fantasía hasta llegar a escribir cuentos.

Las tardes tienen un especial hechizo suyo. El resol, el silencio, la soledad, los gritos de los pájaros, –especialmente el estridente chillar de los grajos–, y la deliciosa y descansada abundancia del tiempo; todos estos factores conspiran para que me entregue del todo a la belleza.

Exactamente de mediodías así parecen haberse hecho Las mil y una noches –en Damasco, Bujara o Semarcanda– con sus caminos del desierto, sus filas de camellos, jinetes errantes, fuentes de cristal brotando bajo la sombra de los bosques de pluma de las palmas datileras; sus soledades de rosas, sus cantos de ruiseñores, sus vinos de chiraz, sus estrechos callejones de bazares, con alegres toldos en lo alto; los hombres con ropas sueltas y turbantes multicolores, vendiendo nueces, dátiles y melones; sus palacios, fragantes de incienso, son lujosos divanes cubiertos de cojines suntuosamente mullidos, junto a las ventanas; sus Zobedia o Amina o Sufria con blusas vistosamente decoradas, anchos pantalones y zapatillas bordadas de oro, su largo narguile enroscado a sus pies; con eunucos de libreas suntuosas formando guardia, y todas las historias posibles e imposibles de hechos y deseos humanos, y las risas y los gemidos de aquella distante y misteriosa región.

(De Entrevisiones de Bengala, 1983, traducción de Zenobia Camprubí de Jiménez)

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