viernes, 10 de mayo de 2013

Huilo Ruales II


Huilo Ruales, en su libro de microrelatos, smog: 100 grageas para morir de pie, continua su discurso con descripciones circenses, escalofriantes acontecimientos contados con su particular ironía. La realidad citadina es mostrada fuera del peldaño del estilo rimbombante de muchos escritores que están en el círculo literario.


lunes de sicólogo

entro y le escupo en la cara y un poco en la camisa y enseguida le cuento que a los doce años un hombre peludo se puso de rodillas sollozando al pie de la redonda cama de mi madre y que las gallinas en mi infancia ponían huevos de madera a lo largo de la noche y que la jauría de enanos de la servidumbre me daba besos de azufre y que la escuela casi siempre se extraviaba y que mi padre era siquiatra y todos le escupían en la cara.

El peso de la corona

1. hay un hombre que llega y pide permiso al rey para ocupar una silla a su lado. 2. el rey se la niega/ le explica  que es el rey/ que los reyes necesitan estar solos/ contemplando la nada/ o el transcurso horrendo de sus disposiciones. 3. el hombre, entonces, lo degüella/ ocupa su corona, su cetro y su trono. 4. otro hombre llega y pide permiso al nuevo rey para ocupar una silla a su lado. 5. el nuevo rey lo permite y el hombre se sienta/ no sin antes haber sido despojado de sus armas. 6. agobiado de tanto vigilar al hombre durante varias noches con sus días/ el nuevo rey cae en un sueño abismal. 7. en el sueño, el hombre se levanta blandiendo una espada iluminada como un rayo/ el nuevo rey trata de defenderse, pero el hombre lo degüella de un solo tajo/ 8. con desdicha más que con horror mira su cuerpo anegado en sangre/ su cabeza descoyuntada/ solitaria/ sus ojos excesivamente abiertos que contemplan el cielo brumoso/ también mira al hombre que tira la espalda en el fuego antes de posesionarse de la corona, el cetro y el trono. 9. el nuevo rey de despierta con la decisión de ceder su trono al hombre que le ha matado en sueños/ pero el hombre no está en la silla contigua a su trono ni en ninguna parte. 10. en vano espera durante años/ incluso ha olvidado que era el nuevo rey y cree haberlo sido toda la vida. 11. pierde la esperanza de que el hombre vuelva, aunque éste con su espada siga atormentándolo en sueños/ en cambio guarda la esperanza de que en cualquier otro hombre llegue su asesino. 12. mientras tanto, no hace otra cosa que sentirse cada vez más solo/ contemplando el cielo y la nada/ y el transcurso horrendo de sus disposiciones.

Soy una bestia peluda

Todos sufrieron por mí. Por mi pelambre. Nací a media noche. En ese mismo momento, mi padre inseminaba a la Ligia Velasteguí cuyo fruto fue el imbécil del Federico. Mi madre tenía trece años. Encinta ya y todavía jugaba con muñecas. Mi padre se casó con ella porque se enamoró de su boca pulposa y porque ella le tenía miedo enamorado, como toda víctima de su secuestrador. La Ligia Velasteguí, en cambio, tenía la boca de ave rapaz. También la nariz y los dedos y la voz. Todos sufren por mí, pese a que estoy ya viejo. La angustia que ande corriendo por la calle el fin del mundo. Mi padre y mi madre murieron hace algunos años y en carambola. Yo entro y salgo de los hospicios. En ellos me comporto mejor que los cuidadores. Por eso, cada vez, me mandan afuera. El Estado, me dicen, no puede estar socapando a vagos. Yo soy cantor de nacimiento. También soy ciego de nacimiento, además de peludo. Federico también es ciego de nacimiento, además de peludo. Todos los hijos de mi padre nacieron ciegos. Cuatro ciegos y tres ciegas. De todos, el más imbécil es Federico. Federico toca el acordeón y canta boleros en los yates turísticos de lujo. Yo, desde la orilla, denuncio que Federico me robó la voz, por no decir el destino, pero nadie me escucha. Hace años que todos se fueron. Quién no canta en los yates turísticos de lujo, Yo.

Perro Sindueño

El Perro Sindueño ladra funerariamente cada vez que un avión atraviesa el cielo. La ciudad está vacía. Todos han huido del sol, salvo los Niños Grises que no conocen el tiempo. Los Niños Grises que brotan o desaparecen por las alcantarillas. El Perro Sindueño es de color blanco sucio y vive en la esquina, atado a una cuerda invisible. La cuerda le alcanza para deambular por los basureros de dos o tres manzanas. La negra cuidadora de autos usa gorra, chaqueta militar y una vara de madera. Todo es sucio en esta esquina: la ropa de la negra, el perro, el bar colombiano donde no entra nadie. Tampoco sale nadie, como si el hueco de la puerta fuera más bien una pintura, un trompe l'oeil. El Perro Sindueño se ovilla en una ranura de sombra y duerme. Desconoce el sentido del trabajo. Le importa una nada los chillidos de los asaltados por los Niños Grise. Ni siquiera el ulular de las ambulancias o los balazos lo conmueven. Solo el hambre lo despierta. O los aviones. Cuando brama un avión el Perro Sindueño se pone de pie, apunta el hocico al cielo como un francotirador vietnamita y aúlla fino. Un aullido largo y lastimero, como si recordara a su amo que lo dejó atado en la esquina. No se diga cuando llega el 24 de mayo que es fiesta nacional. En ese día, el cielo se mancha de aviones de guerra que hacen piruetas en honor de la patria. El Perro Sindueño, en consecuencia, se vuelve loco. Apuna el hocico a cada avión y aúlla a todos en una ráfaga que no termina sino cuando los aviones desaparecen tragados por su propio humo. Entonces, el Perro Sindueño, sin tener tiempo a ovillarse, se pega al suelo y exánime se duerme como muerto.

Hoy es domingo. El sol se multiplica en las vitrinas, en el piso mugriento que parece de oro. La Negra maldice el sol y la vida porque hay autos. A causa del sol no hay nadie. Nadie, aparte de un distante par de Niños Grises tirados bajo un árbol. Aparte del Perro Sindueño y una esquelética perra. La Negra, con una iracundia desidiosa, golpea a los perros. Perro y perra intentan desatarse pero no logran, se quejan. Un Airbus 380 interrumpe el cielo. El Perro Sindueño por primera vez no aúlla. Solo pierde la erección y se desata de la perra.

La perra esquelética se aleja bamboleando sus tetas que casi rozan el suelo hirviente. La Negra Cuidadora de Autos y el Perro Sindueño se quedan en la esquina. En la ranura de sombra. uno al lado del otro.

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