martes, 14 de agosto de 2012

Jorge Valbuena


Cundinamarca, Colombia, 1985. Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana. Su primer poemario: “Presos”, recibió el premio Departamental de Poesía de Cundinamarca en el año 2008. El mismo año “Los arados del parpadeo” fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra “Péndulos” fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de poesía en el año 2010 y  su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía “Palabra de la memoria”. Participó en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en Zamora, Michoacán, México. Colabora como corresponsal en la revista RED DOOR de New York. Es promotor de lectura y escritura en La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá. Actualmente forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida.


Estados menguantes

Antes de la claridad de los ojos
tiras una piedra a la boca de los secretos
la haces sangrar como que desapareciera
y los dientes incendiaran el aire.

Quieres mirar,
te asomas
piensas reinar en el otro lado de tus estaciones
astillar tus manos con palabras afiladas
y dejar que caigan lágrimas sobre la piel.

Basta tu retrato y el de tu espejismo
el beso desanclado que murmura y miente
(los parpadeos sobre mi rostro

dulce guillotina de los sueños)

Duermes,
te dejas dormir bajo los alardes
cierro las cortinas
soplo el último pabilo
y me acerco a tus ojos.

Hoy el sol ha eclipsado los girasoles
algo de frialdad hay en el cielo desnudo.

Apuntes para un delirio
(Partitura coral)

Se trata de danzar en el silencio
con los pies heridos de ocaso
temblando
al menos diluvio
que nos preste al azar y la condena
llevando el ritmo de la hoguera
que se deshace bajo su ardor.

En el silencio la armonía es más secreta
dura lo que una sintonía
puesta a merced del viento
podría cabalgar sin notas sueltas
por el interior del llanto
hacer eco en la alforja
que se destroza allí lejos
en alguna de las fragatas consumidas.

Se trata de reír para que suenen
los viejos contrabajos nublados
los que no se ven por la llovizna
los que el trueno calló
una carcajada comienza
donde terminan los pasos
se canta en el naufragio
a las sombras del balcón
aquellas que te lanzan una flor.

Danza el colibrí en su desierto
el árbol que no se sembró
la brisa que descubrí el viento
el relámpago a la madrugada
danza el silencio en lo profundo
del mar de su canción
un espejo que escapa
danza el candil en una daga
un dios sin creación
la pluma que nunca fue ala
la ruina que se inundó
danza la misma torcaza
que murió en otro poema
así está el bullicio donde rueda
la letra entre frío conservada.

Se trata de llevar la misma suerte
del temor o el oleaje
que hace pavor o tormenta
o ser calma violenta
que grita bajo el agua
escuchar cómo celebra
la misma vértebra sumergida
llevando el rastro del latido
que se perdió
una brújula sigue su danza bajo la arena
la hoguera que no germina
es un trino donde crepita
un nuevo son.

Ángeles nocturnos

Desnudos de abandono
la noche nos acumula sus cuerpos.

Gélidos de tiempo y de sombras
armados de lluvias pasajeras
secretos bajo el árbol negro
aún vivos,

viejos
desde la memoria roen los relámpagos.

Austeros
desde el despertar.

No es este el cielo de agujas que oscureció
es otra antigüedad tras el cerrojo
otras pupilas que se observan bajo una masacre
de luciérnagas
manos que empuñan una lengua sideral
la astrosa urgencia de olvidar despacio
ahogándonos de levedad
lamiendo el polen de las madrugadas
doblando la esquina perpetua
empiezan a enfriar los huesos
caeb los párpados
los gallos entierran su plumaje
mienten tres veces
picotean a la luna
Alguien fermenta en su inanición
a esta hora profunda
bosteza el abandono en la raíz de tu vientre.

Cruje la canícula.

Bajo las cenizas
el fuego comienza a cicatrizar.

(De Danza del caído, 2012).

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