domingo, 2 de septiembre de 2012

Leopoldo Castilla

Leopoldo "Teuco" Castilla nació en Salta en 1947. En 1976 se exilió por razones políticas. Actualmente vive en Argentina. Publicó numerosos libros de poesía y narrativa. Entre otras convocatorias, fue invitado por la Unón Soviética para escribir un libro que la Editorial Progreso de Moscú publicó en 1990 con el título Diario en la Perestroika. También es autor de Nueva poesía argentina (Madrid, Editorial Hiperión, 1987); Poesía argentina actual(Estocolmo, Editorial Siesta, 1988).


Canción del niño y el tren
a Margarita Sundblat

El maquinista le dice adiós al niño
que lo saluda desde el campo.

Años pasan con el tren pasando
años y no envejecen el maquinista
con la mano en alto.

El tiempo ya no recuerda dónde iba,
salta del tren
con un sombrero negro y una valija vacía.

La locomotora echa chipas, ríe.

El niño ha triunfado
y ya no se irá nunca de ese día.

El azar, al tocarlo, sucumbe,
estalla, invisible,
y llena de libélulas el campo.


Tema: La vaca
a León Mansilla

La vaca rectangular, traza de tal modo
de estar en paz con la gravedad,
cómodamente amoblada por dentro,
el salón del estómago y, apartados,
los depósitos urinarios,
la que calma, venerable, la ansiedad de la hierba,
la huida de los campos

la vaca con toda su profundidad
anodina
encima de la tierra, con sus ojos beduinos
y mortales
la que amamanta el ternero y a otras letales bestias,
demasiado sola si no fuera
por las maternales moscas,
viva en la mano de dios y, en un día sin salud,
desventurada, muere.

extrañamente se ha vuelto pasto
de hombres o de pájaros carniceros
Hasta que el viento o las hambrientas superficies
la dejan en los huesos. Entonces, se ve su calavera,
triangular, astada,
una bestia insurrecta
              que ahueca la llanura,
quebrantada el viento,
su aterrada arquitectura, el pozo de los ojos
devorando el futuro,
uno por uno
    todos los nacimientos.

Cementerio en la pampa

En la pampa, donde la tierra apenas se sostiene,
alzaron su arrecife oscuro,
ultramarino,
estos mausoleos de otras patrias, de otras muertes.
Incrustaron
en la luz más clara
el ángel europeo
y el santo con su lluvia vieja.

La muerte ya se fue. Dejó este nido abandonado.
Dejó sus muertos recién nacidos;
las columnas del tiempo
que se acobardan
antes las columnas de los campos finales
y la parálisis perversa de las alegorías.

Dobles de olvido yacen los extranjeros
con sus nombres tatuados de infancia,
trinos vacíos
que la pampa disuelve de cielo en cielo.

Espantada
con la muerte encima picotea, come y mengua
todo lo que soñaba ser,
la tierra vuelve a la luz.

Los hombres, heridos por sus muertos, le dicen adiós.

Mientras la luna sube con su país intacto.

El amanecido
a Maximiliano Witte

¿Qué estaré siendo yo de este lugar
que ha parido la presa de su cacería?
Entenado de mis muertos
llevo una flor a su caridad
para que vuelva en mí esta comarca,
pero es tarde,
el cielo envejeció
y el espacio ha crecido demasiado.

He gozado todos los sonidos,
me he dejado llorar
por ojos difuntos,
he besado a mi época en la lengua
y a esta altura
soy el cielo de mis fornicaciones
y la intemperie donde flameo, inhumano.

Entro a la tormenta de la casa vacía
y llevo largamente,
con la copa en las raíces,
asfixiado por el aire,
y, enguantado por mi oscuridad,
pudro mi leña,
eyaculo el escenario,
pierdo los papeles, tacho la luz,
lastimo la función.

Los otros no saben que están dentro
de un día que no amaneció,
el que me he robado
mientras del suero de mi cerebro
se amamanta la noche
cuando yo tiraba mis huesos al aire
y ni la muerte los reconocía.

Tengo dentro
un salto de pájaro espantado,
un niño helado en su futuro,
un camino que no deja de ir
y un árbol inmóvil
soltando frutos oscuros.

No hay contemplación: mi limosna es mi cuerpo.
Ya no me sirve el universo
                               ni le sirvo yo.

Hacia una luz inválida se va el día.
Y no me lleva.
Donde yo duermo, trinan como perras,
                                       mendigas, las palomas.

De El amanecido, 2005.

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