jueves, 25 de octubre de 2012

Jorge Boccanera



Poeta, dramaturgo y ensayista argentino nacido en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1952.
Desde 1976, a raíz del golpe de estado en su país, vivió largo tiempo exiliado en México y Centroamérica, ejerciendo periodismo y colaborando en muchas actividades literarias . Al caer la dictadura militar se radicó nuevamente en su país, dedicándose por completo a la literatura. (http://amediavoz.com)



Obertura

Victoria,
si supieras,
que después del fagot,
en un peldaño cualquiera de la noche
un hombre con mi rostro
descansa,
de tu boca.

Casi otra balada

Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores,
solamente estas manos después de la rutina
astillas de mis ojos
y una voz oxidada por gritos y tabaco.

Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores,
solamente este aliento y una mala memoria
que ha olvidado los nombres de las calles
la edad de tu cintura
pagar el alquiler.

Vuelvo tarde a la casa
y no te traigo flores,
sólo un gato nocturno con pasos de borracho
lo que queda de un hombre
que hasta tu cuerpo llega por un poco de amor
por una cucharada de silencio.

Tasador de versos

Un tasador de versos,
hombre ciego el tasador de versos,
prolijamente el tasador,
pasó su lengua oscura por la superficie rugosa del poema,
soltó sus perros para que lo oliesen,
puso rostro de asombro ante la enfermedad de aquel paciente,
que tosió siete veces con síntomas extraños
como el problemática del ser intenso
en la y en los
o signos de ironía (posiblemente fiebre).
El tasador estoy diciendo
hurgando en tachos de basura con su monóculo celeste,
buscando una palabra a punto de estallar,
mirando la emoción como a un primo lejano,
y los libros en las mesas de oferta
ignorando los días, las tardes y las noches,
y esa dedicatoria con letra desgarbada: "con el mayor afecto, Bachín, julio, 60".
Perdón, estoy perdiendo el hilo.
Estaba hablando del tasador de versos.
Del tasador y su laberinto.
Del tasador y su metro patrón.
Del tasador de versos, hombre ciego.

(De Música de fagot y piernas de Victoria, 2006)

VIII

En la corteza de los árboles, grabo estos
pensamientos:
    Cuando sonríes
              se suavizan las piedras
     que me aprisionan.

XII

Todas las bocas de mi boca dan a tu selva.
Pobre del cazador, sus redes de caricias torpes, su ir
en puntas de pie sobre tus corazones dentados.

En mi cuarto sin nadie cruza tu piel forrada de noche.
Vuelvo sobre tus pasos.

A este deseo, lo he deseado.

XXXI
(El violinista Jacobo Fijman entra en el bosque)
a Daniel Calmels

De bruces, de cruces, el ambulante
se dibuja a sí mismo con carbonillas rotas.
Clavado en el pecho de un dios indiferente, arrasa
lo que pinta, come de esos despojos.

Vive de lo que quema. No hay respiro, solo
palacios de ceniza que recupera su caligrafía.
Príncipe en desamparo abomina del cuerpo.
Arguye que Dios pesa, ¿destruye sus pinturas?

Molino rojo hundido en la hojarasca, interroga
a su sombre: ¿La soledad es un Dios?
¿Tanto pesa esa nada?
El hospicio del mundo le retiró el saludo.

Carga la bolsa de los huesos por el desierto de su cuerpo.

(De Palma Real, Premio Casa de América, 2008)

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