domingo, 28 de octubre de 2012

Raúl Heraud

Poeta peruano nacido en 1970 y licenciado en psicología. Ha publicado los poemarios “Hecho de Barro” 2001 y “Respuesta para tres o cuatro” 2002, “El Arte de la Destrucción” 2006  (Premio “Hermandad Latinoamericana”, otorgado por la editorial Creadores Argentinos – Buenos Aires Argentina) y Orange Ode en el 2009.


El ilusionista

Puedo encontrar en tu piel el signo suplicante de un moribundo
cayendo desde el cielo al infierno persecutorio de tus días
recordando rostros huecos flores muertas
olvidando papeles incontables donde confundes
el significado de tu palabra insana

puedo entender el caos
el ojo vigilante
la tribu panóptica de la que te escondes a diario

el diván donde a gritos suplicas cordura
está plagado de trampas y cobayos
microchips con incisiones edípticas
tanáticas como las ideas que gobiernan tu mente

puedo verte huyendo con traje de demonio
máscara acorde con tu paranoia
con los fantasmas que cobran vida tras tus infinitos desvaríos

siempre habrán ojos delirantes delusivos
carcajadas huecas en la soledad de tus noches
pánico nocturno de luces encendidas
ilusionistas de alas rotas
conspirando contra tu loca idea de cambiar el mundo
todo concuerda dramáticamente ángel caído

grito de voces calladas
aguardan a que comience el show

Cielo sobre París

Ya ves,
yo no puedo ser el ilusionista de alas sesgadas
el Cristo sin nombre que amaste a los 18
desde el Gólgota a la Estigia
el Rimbaud que poseíste en alguna sucia habitación parisina
siempre escondiéndote tras ese traje de ángel-demonio
acto perenne que enrostra tu odio
disfrazado de dolor
dando vida al acertijo de tus interminables pesadillas
(byte sucedido en el miocardio)
controlando impulsos de muerte
digitando desde el hemisferio izquierdo
pensamientos
sensaciones
conductas
revelando voces que oímos juntos
desde el cadáver del '93
compartiendo versos desahuciados
suicidas
debajo del puente junto al río
hasta el viejo solar de los excesos
en el mismo lugar donde
me enviabas señales de auxilio
y amaba tu súcubo
hálito nihilista…
ya ves
yo no puedo ser el hombre alado que arrastras contigo
el gélido diván de concurridas muertes...

Orange Ode

Frágil Dios,
cuando la parábola del niño y su madre muerta te alcanzaron
tras esa nube psicotrópica
de sueños obsesivos
tu vida discurría sobre una especie de danza mortecina
lejana
como la destructiva música que fluye por mis venas.

Había un cielo
y un infierno también
para ocultarte de los prestidigitadores
del horror que te significó haber nacido

el cadáver gótico detrás de los cristales fue tu "ad finitum"
sombra que convirtió lo real en reverberación constante
máquina mesiánica de suicidios colectivos
art voyeur desde el otro lado del mundo
observando la antigua otredad
el grito primal del no nacido
el mar enverso donde Artaud
agoniza aún en el manicomio de los vivos:
"TODO CUANTO ACTÚA ES CRUELDAD"
y mi memoria coagulada por choques eléctricos
así lo revela
por eso nada existe
excepto la precariedad de tus sentidos
aferrados al espejo
leves y vigilantes
como tus ojos locos sobre el vacuo mundo
como tus manos abruptas y disímiles
desde la abisal orilla…

ahoa dime, Raúl

¿quién
eres
tú...?

Equilibristas II

Cercenando tu de noche de mis pupilas,
emigrando de la muerte al cierzo de estos años,
transformando la vida en lúgubre vacío…
así es como me siento
equilibrando esta frágil existencia
bajo el hebefrénico manto de la noche...


(De Orande Ode, 2009)

*

La vida muchacha es este instante mágico donde todo parece eterno, es la estetórea señal de fe que brota de tus labios, la felicidad de tus ojos mirando el mar; la vida es tu sonrisa salvándome del abismo cada vez que me haces creer que la muerte no existe.

*

No tengo a dónde ir, vivo en un mundo de sombras; aquí dejo mis huesos para que puedan darles sagrada sepultura; si alcanzan a leer estos versos sabrán que jamás encontraron salvación; he pasado tanto tiempo en cautiverio que temo abandonar esta jaula, es cómoda y a veces me tiran un hueso para hacerme feliz.

*

El árbol de la verdad escupió su fruto podrido arrojándolo a un río de sangre, expulsado del paraíso volé ciego durante mil noches hasta convertirme en una criatura del demonio, los besos de una muchacha me alejaron cada vez más de aquella fuente de vida, olvidé mi hogar, mi familia, mis ojos se convirtieron en dos celdas negras, mi alma en una piedra hueca que perdió su último vestigio de humanidad, cuando desperté dentro de aquella torre que miraba hacia el mar de las traiciones no era más que un hombre que lo había perdido todo, me arrastré por los suburbios de esta ciudad fantasma buscándome a mí mismo; hice el amor con la muerte, dormí con ella hasta que su perfume me despertó ebrio entre sus piernas; lloré serpientes, mis ojos hicieron tumbas de hombres ahorcados, en venganza prendí fuego a aquel árbol quien aulló aun después de ser incendiado; debido a mi locura los dioses me condenaron a sufrir todos los males del mundo, preso, vivo hoy bajo algún embrujo, convertido en algo menos que un mortal, lejos de toda razón.

(De Piedra elemental, 2012)


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